Diumenge de Rams / C / 2019

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Lectura espiritual

Un hombre puede ser transformado en “oración viviente”, su oración puede elevarse hasta el cielo; sobretodo, el amor de Dios nos impele a interceder por nuestros hermanos. El mundo se mantiene gracias a la oración. Si la oración cesara, el mundo se acabaría.

He entendido mejor el grito de santo Domingo que pasaba las noches llorando y diciendo: “¿Qué será de los pecadores?”.

El hombre, cuanto más está invadido por el Espíritu Santo, más adora e intercede por sus hermanos. Es poner en práctica el doble mandamiento del amor: “Ama a dios con todo tu corazón y a tus hermanos como a ti mismo”. Es por esto que la oración de los santos oscila siempre entre estos dos polos: “¿Quién es Dios?” i ¿qué será de los pecadores?”.

Hay que reconocer que hay muchos cristianos que no se encuentran cómodos con esta forma de oración “por los pecadores” y no entienden qué quiere decir. Esto para ellos sería clasificarse en la categoría de los “buenos” que rezan por los otros. Si la oración de intercesión consiste a hacer valer nuestros méritos, pronto seríamos enviados al vestuario como el Fariseo del Evangelio. Pero de hecho se trata de otra cosa.

Cuando el santo reza por sus hermanos, nunca se pone aparte de ellos, y ni tan solo reza en nombre de ellos porque sabe bien que solo hay una oración que es escuchada, la de Jesús el Justo por excelencia, que se hizo pecado haciéndose solidario de los pecadores para interceder con ellos y por ellos. “Aquel que no había conocido nunca el pecado, el por nosotros se hizo pecado, para que nosotros nos convirtiéramos en él Justicia de Dios” (2Co 5:21). En el fondo, cuando Jesús grita a su Padre: “¿Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado?” (Mt 27:46), está con nosotros en el vacío de la olas del infierno. Cuando decimos en el Credo: “Bajó a los infiernos”, queremos decir que Jesús bajó hasta el abismo donde el hombre está dividido con Dios, consigo mismo y con sus hermanos. Jesús bajó hasta allí para “derrocar los muros de separación” que nos dividen. En el vacío de este infierno, Jesús se ha convertido en todo hombre que suplica al Padre que tenga piedad de los pecadores.

No hay más oración de intercesión que la de Jesús suplicando al Padre con clamor de lágrimas y de sufrimientos (He 5:7) en el vacío de nuestra soledad. Es la oración del cordero sin mancha que lleva el pecado del mundo y justifica las multitudes cargándose él mismo todas sus faltas (Is 53:11). Durante su vida pública, Jesús pasaba las noches orando por la venida del Reino. Durante la Pasión, suplicará al Padre con todos sus sufrimientos y sus lágrimas. Todo hombre de oración está llamado, un día u otro, a seguir al Cordero al lugar de la Calavera (Calvario) y, con todos los Abel y los Job de la tierra verse en la situación de orar con lágrimas.

La oración por los hombres encuentra su fuente en la comunión profunda con los pecadores. Como Jesús que bajó a los infiernos y experimentó en Él su pecado, comulga con la angustia, con el sufrimiento y la soledad de tus hermanos, lejos de Dios. Entonces puedes gritar a Dios, suplicarle que tenga piedad y los arranque, con todos aquellos con los que es solidario, del abismo del pecado. Pienso que no hay otra oración de intercesión que ésta porqué nos hace comulgar con la única oración de Cristo en Getsemaní y en la Cruz: “Amó a los hombres hasta el punto de tomar sobre Él el peso de sus pecados, ya que Cristo quiere que también nosotros amemos así a nuestros hermanos”.

Jean Lafrange: La oración del corazón

 

 

Paraula de Déu