CORPUS CHRISTI / B / 2021


 

 

Lectura espiritual

11. EL VIENTO
Retirarse es lo primero

Por entonces se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea proclamando. … ¿QUÉ SALISTEIS A CONTEMPLAR EN EL DESIERTO?, ¿UNA CAÑA SACUDIDA POR EL VIENTO? Qué salisteis a ver?, ¿un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que visten elegantemente habitan en los palacios reales. Entonces ¿qué salisteis a ver, ¿un profeta? (Mt 3, 1; 8-9)

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Una luz siempre es anunciada y preparada por otra luz. Nunca hay Jesús sin Juan: no hay iluminación sin preparación.

Juan el Bautista fue un hombre que, harto del mundo y de sus falsas promesas, eligió un estilo de vida alternativo. También dentro de nosotros hay un personaje lúcido que no ha envejecido y que sigue creyendo en los milagros. Si preparamos nuestro corazón y afinamos nuestro oído espiritual, podremos escuchar a este Juan interior.

Pero no resulta fácil, puesto que en nuestros adentros reinan también otras fuerzas que no quieren que ese Juan nazca. En nuestra mente todo es tan turbio, banal, incluso truculento que  a menudo procuramos evitarlo mirando hacia fuera, escapándonos de nosotros mismos.

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¿Te has quedado vacío?, ¿has entrado en el desierto sin saber como?, ¿te has dado de bruces con tu soledad? Nada hay grande en este mundo que no haya nacido de la soledad. Es ahí donde empieza todo lo bueno, pues sólo ahí puedes escuchar la voz de tu profeta interior, que te dice que las cosas son hermosas, aunque ya no lo creas.

Juan es la música que nos dice que Dios existe. Que existen la Belleza y la Bondad. Es a Juan a quien escuchan los creyentes cuando se encierran a solas en una habitación para orar. Siempre hay un bautismo antes de una iluminación.

El retiro es la necesidad fundamental del hombre contemporáneo, el primer paso de toda vida espiritual. Es preciso aparatarse y tomar distancia para ver desde lejos y darnos cuenta de las muchas tonterías con las que nos hemos ido dejando enredar. El arte de estar juntos implica -lo queramos o no- una cierta armonía entre distancia y proximidad.

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Nuestro Juan interior nos pregunta: ¿Qué fuiste a ver al desierto? ¿Qué pretendes encontrar aquí? ¿Imaginabas que sería bonito, agradable, que habría fuegos artificiales por las noches? Has venido a mirarte por dentro, no a entretenernos con lo de fuera. El desierto es un lugar con polvo en el que reina un frío glacial por la noche y un sol abrasador por el día. Es un sitio inhóspito y está bien que lo sea.

Solemos resistirnos a la austeridad. Una vida plena o realizada para el mundo no es lo mismo, ciertamente, que una vida plena o realizada según el espíritu. Aceptar esta antítesis es nuestra principal resistencia. Nuestro sueño es las Vegas: un desierto domesticado.

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¿A qué viene tanta resistencia? Intuimos que en el desierto nos encontraremos con un gran vacío. Lo que tememos en el desierto es escuchar la voz que grita en nuestras conciencias.

El desierto es un lugar de paso. Vienes de un territorio abundante y confortable que embota los sentidos y endurece el corazón. Vas a un sitio verdadero, vivo, gracias al peso que te quitas de encima.

En el desierto te acechará la desilusión, la sospecha de haberte equivocado. Al desierto vamos para encontrarnos con Dios, un Dios que no encontraremos jamás (al menos el que nosotros buscamos). Él es el invisible, inaprensible, inefable. Lo más que podemos encontrar en el desierto es una brisa que nos recuerda y que nos trae la nostalgia que tenemos de Él. Lo que encontramos en el desierto es que somos una caña agitada por el viento.

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¿Qué es una caña? Un envoltorio frágil dentro del que no hay nada, sólo vacío. Ser caña es el único modo de sentir el vacío, de saberse vacío. De ser vacío en el que pueda sonar la música del espíritu.

El desierto no ofrece fórmulas mágicas para los males que nos afligen. En el desierto no se encuentran estrategias concretas para conseguir lo que tanto deseamos. Al desierto se acude precisamente para separarse de las palabras y aparcar los trabajos, para alejarse del rendimiento y de la productividad. Ahí no hay nada que hacer, sólo ser.

Es el desierto mismo el que va haciendo en nosotros el trabajo propio de este lugar, casi siempre por medio del viento, que nos lo va arrancando todo. En el desierto, el viento se cuela en la caña que somos hasta que, de pronto, saca de ella una melodía. Son melodías que casi nadie escucha, puesto que solo suenan en lo más profundo. Pero suenan.

Nunca podrás saber de dónde viene el viento o adónde va, que va a hacer contigo, adónde te conducirá… A Dios no hay manera de verle; pero hay algo en el viento que despierta en el hombre el recuerdo de Dios.

(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, De Pablo d’Ors)